9 de octubre de 2012

mequierovivir

Cómo me conocen. Tanto. Tanto que podrían contar el número de tiritas que pegué en mi nariz con cuatro años. Tanto que podrían desvelar más de un secreto, decir mi última nota en un examen de mates. Adivinar que sería si fuese un árbol, un invento. O una emoción. Cuánto me conocen. Tanto que podrían saber leer cada gesto, cada mensaje insustancial. Tanto que podrían recordarme cada día que estoy viva. Hasta dónde me conocen. Hasta llegar a una calle sin salida, hasta perder el ritmo del pulso que marca un lunes, hasta desgastarse la mandíbula por obligarme a sonreír. Que me conocen, que sí. Así, como la prolongación de una historia que está seca en conclusiones. Pero empapada de argumento. Quienes llegan ahora con detalles nocturnos. Que me hacen ser consciente de cómo me conocen, y lo mucho que me cuidan. Por ellos y por esa etapa que no cierra círculos, sino que repasa el trazado que ya estaba dibujado, gracias.