17 de febrero de 2015

Crecer

No tengas prisa. Observa con qué mirada te echa los órdagos el tiempo. Que tiene demasiado para ti. Que lo esconde detrás de una jugada maestra que tú desconoces. En esa baraja de picas y corazones. Diamantes. Y una cuarta que no recuerdo. Pero que seguro se ha echado a dormir bajo tus sábanas y tu miedo. De ese que gastas los días grises. ¿Quién se acuerda del lunes si ya es martes? 

No tengas prisa. Concéntrate en la primera mano. Crece mientras recoges tu jugada y mira al frente. Que no te intimide el miércoles. ¿No ves que no sólo las historias se narran en inglés y que también lo hacen las cartas? Confía en los domingos. Todas las grandes guerras se libran esas tardes. Siente un corazón que te despierte, que te haga moverte por ti mismo, que te deje enloquecer.

Y resuelve la partida. Dobla la esquina levantando la cabeza, sin prisa. Con mucha pausa. Camina despacio hacia adelante. Vuelve a sentarte en ese lado de la mesa. Recoge tu jugada. Disimula lo que sientes. Respira y observa como creces. Crece. No tengas prisa. Y entonces, y sólo cuando sea tu turno, muestra una baraja inglesa llena de tréboles. Asfixiada de suerte.



28 de octubre de 2014

Que vivan los cafés

Terminó igual que si nunca hubiese empezado. Fácil. Coherente. Maduro. Pero no por eso dejó de ser distinto. Algo también especial, que llega en un momento oportuno y te despierta de resacas de juergas mundiales. Que te repasa a expensas de un cantón de piedra. Muy poco urbano, más bien rural. Con las típicas artimañas del verano. Confundiendo la ilusión con ratos novedosos. Y es que terminó igual que si nunca hubiese empezado. Aunque entonces lo hiciera con alcohol y hoy lo haya hecho con dos cafés. Uno más templado que el otro. Así funcionan los corazones.



29 de septiembre de 2014

Distráete conmigo

Será culpa del otoño y de sus artimañas para joderme los lunes. Pero me vacía. Me da palizas constantes cuando se sienta en septiembre a esperar a que una balada le cuente lo que hice ayer. Es entonces cuando arrea con toda su fuerza y me despierta con ardores, con sensación de flaqueza y moratones en la espalda. Puto otoño, que revuelve todas las mañanas de los días más oscuros, que juega a diferenciar mis mejores momentos con tímidos gestos que esconden todos los miedos del último verano. Digo yo que será su culpa. Y lo hago porque señalarse a una misma siempre ha estado fuera del alcance de cualquiera que se empiece a querer los martes. 


(Que pasen estas horas, jodido reloj muerto)

Aniversarios de bodas

Enganchas. Igual que lo hace el verano. Que llega así, tan irregular, tan suyo. Que para muchos aparece días después de haber empezado. En esa autopista que se cobra el sentido de tus palabras. Atrapas. Lo haces cuando miras y cuando callas, cuando se te descubre en una película de todo lo que no te gusta. Sorprendes. Como genios de lámparas que no se han agitado. Al ritmo de astronautas que llegan a la luna sin darse cuenta. Mimas. Cada uno de los recuerdos que conservas, cada historia que escribes, cada conversación. Cada jodido detalle. Convences. Lo hace tu autenticidad. La misma que afirma que tú y todo lo incondicional van de la mano. Y mereces. Que todos los momentos que te restan sigan identificándote en esa sonrisa. Con la que enganchas, atrapas, sorprendes, mimas y convences. Con la misma que hoy eres feliz. Y con la misma que nos haces increíblemente felices al resto. Mereces. Es que mereces. Mereces y punto.

16 de septiembre de 2013

Podría ser mejor

Me debiste besar. No ves que no bastó con intentar acariciarme el pulgar. Ni con cuatro miradas que despertaban a Vivaldi de entre sueños de música electrónica. Debiste acercarte más y sonreír menos. Insinuar que te daban igual todas las flores que dejaba caer a tus pies. Pero no se te ocurrió. No hiciste nada mejor que convencerme con argumentos estereotípicos que encajaban en tu persona. Seducir mis intenciones con abrazos que persuadían a algunos domingueros. Debiste besarme. Sólo por no vivir con esa curiosidad de saber si aún podría ser mejor de lo que ya era. Porque bastó con la verdad. Nos sobraron escenarios y nos faltaron minutos. Todos aquellos que algún día restaremos a una historia que podría tejerse sobre algodones. Siempre y cuando lo pienses. Siempre y cuando te atrevas. Siempre y cuando me beses.

9 de octubre de 2012

mequierovivir

Cómo me conocen. Tanto. Tanto que podrían contar el número de tiritas que pegué en mi nariz con cuatro años. Tanto que podrían desvelar más de un secreto, decir mi última nota en un examen de mates. Adivinar que sería si fuese un árbol, un invento. O una emoción. Cuánto me conocen. Tanto que podrían saber leer cada gesto, cada mensaje insustancial. Tanto que podrían recordarme cada día que estoy viva. Hasta dónde me conocen. Hasta llegar a una calle sin salida, hasta perder el ritmo del pulso que marca un lunes, hasta desgastarse la mandíbula por obligarme a sonreír. Que me conocen, que sí. Así, como la prolongación de una historia que está seca en conclusiones. Pero empapada de argumento. Quienes llegan ahora con detalles nocturnos. Que me hacen ser consciente de cómo me conocen, y lo mucho que me cuidan. Por ellos y por esa etapa que no cierra círculos, sino que repasa el trazado que ya estaba dibujado, gracias.

18 de junio de 2012

Reencuentros

No se lo digas a nadie. Sólo piensa en este infantil cruce de miradas. Al que hoy sólo le faltaba un Oasis sonando de telón de fondo. Con tela verde primavera, unos cascos colgados de tu cuello y mis manos en tu espalda. No se lo digas a nadie. No le cuentes como nos hemos transformado en dos semi protagonistas de otras historias. Sin darnos cuenta. Igual que aquel primer beso, cuando sólo éramos dos piezas de un puzzle. Que encajaba en caricias de adultos y te rapaban las barbas. Una década sin verte, sin tocarte. Así nos han cambiado los años. Con pendientes que contaban cuánto nos quisimos.  Amor de rebeldía siempre es amor. El más fuerte, el intenso. Que fue contigo, que fue conmigo. Que se mezcló con unas mariposas que hoy se han ilusionado al verte. Y al tocarte. Al darse cuenta de cómo y cuánto nos han cambiado los años. Aunque eso, casi mejor, no se lo digas a nadie...

2 de mayo de 2012

Fuente del vascuence

Por tus celos repentinos de mis noches más azules. Por tus ganas de conquistar lo que ya tienes y por las chorradas que te apetece soltar todos los mediodías. Por encender el ordenador para verme. Por repasar mis gestos y dedicarme piropos en vasco. Por estar comprometido con nuestra aparente historia que yo misma tengo que definir y por estar dispuesto a emborracharme un martes para declararte. Por los brindis con vasos de plástico. Porque aunque las cosas no sean como deberían, haces que me sienta en mí, y ese es un punto que, aunque me cueste, tendré que sumarte. Sumarte. Y ya veremos.

8 de abril de 2012

Una capital sin playa

Mascaba chicle como si todo lo que tuviese que decir fuese a estallar en la primera pompa que provocase. Lo hacía de una forma inoportuna y, a la vez, serena. Cada vez que una ola le rozaba los talones, las comisuras de la boca se le quedaban pegadas a la goma de color verde que tenía entre los dientes. Y era curioso. Porque la combinación de ese color con el de sus ojos dejaba que el mar empapara todas las ideas que compartían. De hecho, cuando se apresuraban a mentirse entre dos toallas arrugadas en esa playa de primeros de abril, jugaban a utilizar los mismos términos. Eran apropiados para las circunstancias, incorrectos para su edad. Se daban la mano y se deshacían de todos esos anillos que se habían prometido durante dos semanas. Intentaban perder las miradas que cruzaban con cualquier paseante que, en pantalones cortos, caminaba de roca a roca. Retorcían tanto las frases que llegaban a creérselas. Se volvían locos con lo que decían. Olvidaban los besos y se tocaban las caricias. Y él mascaba chicle de la misma manera. Como si, todo, de repente, fuese a estallar en risas de circo y conversaciones de idiotas. Como si no importase nada más que dejar que explotase la última pompa y devolverle el beso que ella tanto deseaba.