Terminó igual que si nunca hubiese empezado. Fácil. Coherente. Maduro. Pero no por eso dejó de ser distinto. Algo también especial, que llega en un momento oportuno y te despierta de resacas de juergas mundiales. Que te repasa a expensas de un cantón de piedra. Muy poco urbano, más bien rural. Con las típicas artimañas del verano. Confundiendo la ilusión con ratos novedosos. Y es que terminó igual que si nunca hubiese empezado. Aunque entonces lo hiciera con alcohol y hoy lo haya hecho con dos cafés. Uno más templado que el otro. Así funcionan los corazones.