9 de octubre de 2012

mequierovivir

Cómo me conocen. Tanto. Tanto que podrían contar el número de tiritas que pegué en mi nariz con cuatro años. Tanto que podrían desvelar más de un secreto, decir mi última nota en un examen de mates. Adivinar que sería si fuese un árbol, un invento. O una emoción. Cuánto me conocen. Tanto que podrían saber leer cada gesto, cada mensaje insustancial. Tanto que podrían recordarme cada día que estoy viva. Hasta dónde me conocen. Hasta llegar a una calle sin salida, hasta perder el ritmo del pulso que marca un lunes, hasta desgastarse la mandíbula por obligarme a sonreír. Que me conocen, que sí. Así, como la prolongación de una historia que está seca en conclusiones. Pero empapada de argumento. Quienes llegan ahora con detalles nocturnos. Que me hacen ser consciente de cómo me conocen, y lo mucho que me cuidan. Por ellos y por esa etapa que no cierra círculos, sino que repasa el trazado que ya estaba dibujado, gracias.

18 de junio de 2012

Reencuentros

No se lo digas a nadie. Sólo piensa en este infantil cruce de miradas. Al que hoy sólo le faltaba un Oasis sonando de telón de fondo. Con tela verde primavera, unos cascos colgados de tu cuello y mis manos en tu espalda. No se lo digas a nadie. No le cuentes como nos hemos transformado en dos semi protagonistas de otras historias. Sin darnos cuenta. Igual que aquel primer beso, cuando sólo éramos dos piezas de un puzzle. Que encajaba en caricias de adultos y te rapaban las barbas. Una década sin verte, sin tocarte. Así nos han cambiado los años. Con pendientes que contaban cuánto nos quisimos.  Amor de rebeldía siempre es amor. El más fuerte, el intenso. Que fue contigo, que fue conmigo. Que se mezcló con unas mariposas que hoy se han ilusionado al verte. Y al tocarte. Al darse cuenta de cómo y cuánto nos han cambiado los años. Aunque eso, casi mejor, no se lo digas a nadie...

2 de mayo de 2012

Fuente del vascuence

Por tus celos repentinos de mis noches más azules. Por tus ganas de conquistar lo que ya tienes y por las chorradas que te apetece soltar todos los mediodías. Por encender el ordenador para verme. Por repasar mis gestos y dedicarme piropos en vasco. Por estar comprometido con nuestra aparente historia que yo misma tengo que definir y por estar dispuesto a emborracharme un martes para declararte. Por los brindis con vasos de plástico. Porque aunque las cosas no sean como deberían, haces que me sienta en mí, y ese es un punto que, aunque me cueste, tendré que sumarte. Sumarte. Y ya veremos.

8 de abril de 2012

Una capital sin playa

Mascaba chicle como si todo lo que tuviese que decir fuese a estallar en la primera pompa que provocase. Lo hacía de una forma inoportuna y, a la vez, serena. Cada vez que una ola le rozaba los talones, las comisuras de la boca se le quedaban pegadas a la goma de color verde que tenía entre los dientes. Y era curioso. Porque la combinación de ese color con el de sus ojos dejaba que el mar empapara todas las ideas que compartían. De hecho, cuando se apresuraban a mentirse entre dos toallas arrugadas en esa playa de primeros de abril, jugaban a utilizar los mismos términos. Eran apropiados para las circunstancias, incorrectos para su edad. Se daban la mano y se deshacían de todos esos anillos que se habían prometido durante dos semanas. Intentaban perder las miradas que cruzaban con cualquier paseante que, en pantalones cortos, caminaba de roca a roca. Retorcían tanto las frases que llegaban a creérselas. Se volvían locos con lo que decían. Olvidaban los besos y se tocaban las caricias. Y él mascaba chicle de la misma manera. Como si, todo, de repente, fuese a estallar en risas de circo y conversaciones de idiotas. Como si no importase nada más que dejar que explotase la última pompa y devolverle el beso que ella tanto deseaba.

3 de enero de 2012

Cuánto te debe

Te debe esa mirada prometida hasta el punto central que le reconoce. En esa personalidad tan impuntual. En el escaparate de dientes perfectos que muestra la noche que menos suerte le confirma su reloj de muñeca. Te debe la otra historia que advirtió aquél día, mientras te llevaba a la cama y te arropaba con las miradas oportunas de un día para ti inoportuno. Todas las cosas que recuerdes, cada una de las nanas que dijo que te escribiría. Todas las cosas que recuerdes, decenas de mentiras pintadas de azul turquesa. Todas las cosas que recuerdes, hasta los bolígrafos mordisqueados del bote que estaba sobre su escritorio. Todas las cosas que recuerdes. Eso es lo que te debe. Esa mirada prometida hasta el punto central que le reconoce. Esa mirada prometida hasta el punto central. Esa mirada prometida hasta su ombligo. Esa mirada prometida. Esa mirada. Esa.