7 de noviembre de 2011

Reflexiones de otoño

Ninguna de las dos somos tan grandes como para acercarnos a las verdades más absolutas. Ninguna de las dos somos diosas. Tampoco heroínas. Y precisamente por eso tenemos derecho de vivir. De equivocarnos y meter la pata. De no entender por qué lo hicimos así. Porque ninguna de las dos somos capaces de volver atrás, de borrar lo que escribimos. Y mucho menos de tacharlo. Es algo que, de momento, no está a nuestra altura. Porque esta no es tan grande, pero es nuestra. Por eso, desde tu metro sesenta y pico, setenta si quieres, aprender a ver el mundo. Igual que he hecho yo. Que hacemos todos. Igual que haces. Aprender a ser así de alta todos los días, minutos, semanas, segundos, horas y momentos. Porque de eso se valdrán los posteriores. De lo que hagas hoy, de cómo lo hagas y de los errores que cometiste y remediaste. De cómo te equivocas y de cómo, los que te queremos (incluida la otra ninguna de esta historia) dejan que lo hagas.

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